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Cuando hablamos de deseo, a veces puede resultar difícil definirlo.

¿Qué es el deseo?  ¿De dónde viene?

Si pensamos en la palabra “deseo”  y en lo que significa, quizás podamos definirlo algo mejor:  Desear es querer algo…Que no tenemos, por lo tanto, podemos hablar del deseo como el producto de un desequilibrio o de una carencia. A mí me gusta compararlo con las  necesidades físicas básicas, de las que el deseo se diferenciaría en el sentido de que no es necesario satisfacerlo para sobrevivir, pero sí provoca cierto malestar o trastorno no satisfacerlo.

Por ejemplo:   Si tengo hambre, como y esa necesidad se ve satisfecha, me aporta nutrientes necesarios para poder tener energía en mi día a día y me permite sobrevivir. Sin embargo, si una vez cubierta mi necesidad de ingerir alimento paso por una pastelería y veo un donut glaseado, con una pinta apetitosa,  y lo deseo, deseo comerme ese donut, no para sobrevivir pero sí para satisfacer otro tipo de necesidad ¿de dónde viene esa necesidad, si no es para sobrevivir? Pues la respuesta es simple: Porque satisfacer el deseo nos provoca PLACER, una sensación agradable, nos da gusto, nos agrada. Y tendemos a querer repetir todo aquello que nos resulta positivo o que nos agrada. 

El deseo es una necesidad más que, si no satisfacemos, puede disminuir nuestro bienestar general. Y ¿cómo se genera el deseo? En esto tiene mucho que ver el ecosistema, el entorno en el que nos movemos. No hay más que echar  un vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta de que estamos rodeados de estímulos generadores de deseo, sea comida, sean productos de consumo, sea imagen, belleza, incluso el sexo. En nuestro entorno más inmediato es  donde suelen crearse los deseos, pero hay que tener cuidado con los deseos neuróticos, que serían deseos que racionalmente podemos sopesar si lo cubrimos o no y el daño que pueden hacernos es básicamente emocional.  Por ejemplo, yo sé que tengo varios zapatos, pero me gustan los que estoy viendo en el escaparate… Podríamos estar hablando de  un deseo neurótico. Aquí puedo tomar dos vías :

1) Si puedo permitirme cubrirlo, aumentará mi calidad de vida  porque satisfaré un deseo;

2) si no puedo permitirme cubrir este deseo porque por ello dejo de cubrir otras necesidades más importantes,  tendré que aguantar la frustración y pasar de ellos.

Una forma de enfocar el deseo es desde la  perspectiva masculina/femenina. El modelo de deseo masculino se desencadena de forma más visual y el femenino mediante una preparación más amplia: Ambiente, caricias, susurros, etc. Esta diferenciación tiene una parte de base fisiológica pero otra buena parte educacional, que mantiene esta distinción a largo plazo, ya que la educación fomenta o refuerza esa base fisiológica, pero también puede ayudar a modificarla.  

Los esquemas que se tienen ante el deseo pueden incluir:

1) Fantasmas: Objetos de deseo que están fuera de nuestro alcance o que son muy difíciles de conseguir.

2) Fantasías: Objetos de deseo más realistas o que podemos conseguir con mayor probabilidad y para lo cual podemos poner en marcha distintas estrategias.

¿Cómo funciona el deseo? 

Una forma de verlo va de la mano con las etapas de la relación de pareja:  Al principio, nos encontramos en la fase de  enamoramiento, donde todo nuestro ser vive por y para la otra persona. Psicológica, fisiológica y emocionalmente estamos en la cresta de la ola y en esta fase el deseo está en una fase álgida, ya que estamos en un estado de fusión con el otro.  Como adaptativamente no se pueden (el cuerpo es sabio) mantener estos niveles tan álgidos durante mucho tiempo, abandonamos la etapa de enamoramiento para entrar en la de compromiso, amor o consolidación , en la que el deseo también experimenta cambios y tiende a descender respecto a la etapa anterior. En esta fase, empezamos a ver ciertos defectos o contrapuntos en la persona que teníamos idealizada en la primera fase y ahora toca sopesarlos y decidir si los aceptamos y continuamos con la relación o si no los aceptamos, con lo que entraríamos en una fase de desajustes, en donde si sólo vemos lo negativo y no lo aceptamos, sintiendo frustración, podemos llegar al desencanto y de aquí al desamor, si no se soluciona la frustración anterior. Si el desamor llega a ambos, se separan y si sólo llega a uno, es donde surgen los problemas y desequilibrios en la pareja, ya que para uno, el deseo se terminó definitivamente. 

Existen distintas soluciones ante las dificultades que puede presentar  el deseo. Lo común es que, si no consigo lo que deseo, nuestro cuerpo y nuestra  mente tiendan a dirigirnos para conseguirlo, para superar el problema, pero puede ocurrir que por ciertos temas sociales-educacionales, lo transformemos en algo destructivo. Entonces, la mejor solución posible es dirigir la atención y la energía a algo que podamos conseguir, en algo plausible para nosotros. Por ejemplo, si yo me enamoro de mi vecino del quinto, que comparte ciertas aficiones conmigo y saca al perro en el mismo parque en el que yo saco al mío, tengo más probabilidades de poder gustarle si me lo propongo, que si quiero conquistar a un amigo que es gay. 

Cuando  generamos éxito en el deseo (ej: consigo ligarme a mi vecino), genero más éxito y sigo construyendo y haciendo cosas para mantener ese éxito (ej: nos gustamos, salimos, compartimos aficiones, disfrutamos, exploramos y nos divertimos juntos, buscando siempre maneras distintas de divertirnos. Esto es extrapolable al escenario de la cama). Sin embargo, si generamos fracaso, podemos encontrarnos en la rutina por saciación, ese “ya sé lo que va a pasar y no me causa el mismo efecto que la primera vez”, y aquí podríamos fomentar la creatividad para mejorar, es decir, cambiar escenarios, de horarios, de ambiente, de sonidos, etc. para intentar ahuyentar el aburrimiento y la rutina. Asimismo, podemos aprender a crear en el otro la necesidad de tener algo que no tenía, mediante la seducción, pero esto ya es otra historia…