Una mujer muy valiente ha querido compartir su testimonio en este espacio, deseando que se pueda difundir para ayudar a cualquier mujer que se encuentre en una situación parecida y también ayudar a concienciar, tanto a hombres como a mujeres de que el maltrato está más allá de las marcas físicas. Se trata de heridas psicológicas, emocionales…Que pueden hacer mucho más daño y ser más duraderas en el tiempo.
Te dedico esta entrada con todo mi cariño, guerrera, valiente, libre.
“Si no te ha pegado no es maltrato”. MENTIRA. Es la mentira con la que he convivido años, no recuerdo ya cuántos. Una mentira que yo misma cree. Que me creí mucho tiempo y que me impidió denunciar una situación que me afectó y afectará seguramente de por vida, pero que afectó a más gente de mi entorno, y por desgracia, indirectamente, sigue afectando a los que me rodean. Supongo que por aquel entonces el maltrato hacia las mujeres no era tan visible como ahora. Por fortuna, parece que una gran parte de la sociedad está reaccionando ante esta lacra y cada vez somos más conscientes de la necesidad de GRITAR que el maltrato existe, en todas sus vertientes. Yo fui “afortunada”. Nunca me pegó. Lo intentó, pero en ese momento mi instinto de supervivencia (o mala leche innata) salió de mí, permitiéndome vivir. “¿Por qué tienes tan mal carácter?” Porque una vez me salvó la vida. Por eso esta historia que cuento muchos años más tarde no trata en absoluto sobre violencia…bueno, en cierto modo.
Pero considero necesario visibilizar los prolegómenos del maltrato físico, aquellos que te avisan de que nunca va a ir a menos, te dicen que algo peor te acabará pasando y debes salir de ahí. Yo no salí, estaba tan cegada que le pedía perdón por haberme defendido y no me veía capaz de vivir sin él. No era amor, era dependencia a todos los niveles. ¿Dónde iba a ir esta inútil? ¿Quién iba a querer a esta imbécil? Yo siempre me consideré fuerte y lo suficientemente inteligente como para no caer en estas situaciones. JA. No tiene nada que ver con inteligencia o fortaleza. Los pasos que siguen son sutiles al principio y no te das cuenta de lo que está pasando hasta que estás de mierda hasta el cuello y han manipulado tanto tu mente que solo ves un culpable. YO. Yo era la única culpable de sus gritos, de sus insultos y sus amenazas. Mi personalidad, mi carácter y todo mi ser no eran dignos y él me hacía un favor estando conmigo, me hacía un favor cambiando todo lo que era y todo lo que había conseguido hasta entonces. Al principio todo son buenas palabras, bonitas promesas y comentarios o acciones inocentes. Y piensas que por fin has encontrado a alguien que te cuida y te apoya, te protege y te quiere como eres. Dos semanas más tarde empezaron las sutilezas. Te convence para que no quedes con tus amigos, te va sonsacando información, te llama tal vez en exceso y se pone ansioso si no contestas los mensajes. Bueno, lo achacas a la “magia” del principio. Poco después ya la cosa no es tan sutil. Sin comerlo ni beberlo tenía todas mis contraseñas, había explorado todas las conversaciones que había podido tener en los últimos 2 años, me espiaba el móvil y hablar con un hombre, daba igual qué hombre, me convertía automáticamente en una puta. Sí señor, en un putón. Es muy desagradable que te griten eso en la calle y te arrastren a empujones a un callejón oscuro para seguir insultándote hasta que te sangran los oídos. Mi ira inicial, esa que después me salvó, se esfumó y le perdoné. Le perdoné tantos insultos, tantas intromisiones, tantos micromachismos…que sería incapaz de enumerarlos.
Afortunadamente mi memoria ya no es la que era y con el paso de los años he olvidado parte de los detalles. Podría considerar que todo en esta vida es aprendizaje, que lo es, pero cuando arrastras el estigma hacia tu futuro, desearías que nada de esto hubiese pasado. El otro día vi el testimonio de una de las miles de mujeres maltratadas que ha habido en este planeta. Ella decía que lo difícil es sobrevivir al maltrato, y cuánta razón tiene. Pasas X tiempo de tu vida dejando de ser persona, anulada como ser humano y creyéndote todas las salvajadas que la persona a la que supuestamente quieres te grita día sí y día también. Y cuando todo eso se acaba, te das cuenta de que no se ha acabado ni de lejos, que te persigue y te tortura día tras día y año tras año. En mi caso, mi mecanismo de defensa fue hacerme de piedra, convertir mi corazón en una fortaleza inexpugnable, agriar mi carácter, negar la posibilidad de ser vulnerable ante nadie. En definitiva, negarme a mí misma, esconder mi propia personalidad junto con todo el daño que me había hecho. Lógicamente yo ya no era yo. Esa personita que se había ido conformando a lo largo de 25 años estaba desaparecida, pero podría encontrarla. Por aquel entonces me quedé sola, ya que tenía prohibido ver o hablar con mis amigos y amigas. No tenía trabajo porque conlleva relacionarse con gente, algunos hombres, y eso lo tenía prohibido. No tenía aficiones propias porque solo podía gustarme lo mismo que a él y hacerlo con él, además, el tiempo que pasaba en su casa (nunca salíamos de allí) tenía que dedicarlo a limpiar y cocinar. Y cuando terminaba, tenía que hacer ejercicio porque me llamaba gorda, entre tantas otras lindezas. Recuerdo unas cuantas noches que me tocaba dormir en mi coche o en la terraza a la intemperie. ¿Por qué? Porque pensaba que le engañaba, porque no había limpiado bien, porque quería ver a mi familia o simplemente porque no quería comer obligada cosas que me daban alergia.
Pero pasaba por el aro, una y otra vez. Y volvía arrepentida suplicando su perdón. La culpa era sólo mía por no cumplir sus deseos, sus expectativas. No era lo suficientemente buena para él. El maltrato no solo eran insultos, tortura psicológica, castigos o acusaciones. Hubo algo que hasta este preciso momento solo he sido capaz de confesar a una persona. Y que me cuesta hasta escribirlo por vergüenza. Cuando una mujer dice que NO, es que NO. Cuando yo decía que NO, él me obligaba y me chantajeaba con fotos que me había sacado sin ser yo consciente. He tardado demasiados años en admitir que eso fue una realidad. Al final yo no le dejé, me dejó él. Y sufrí muchísimo durante un tiempo. Después creí haberlo superado, como se hace después de cualquier ruptura. Estaba muy equivocada. No, a día de hoy no lo he superado, el maltrato sigue formando parte de mí. Desde entonces he pasado por relaciones sin sentido, supongo que buscando algo que él me hizo perder, el amor propio. Pero por fin, tras mucho esfuerzo y trabajo diario, tras muchas horas al teléfono con la mejor amiga que una persona pueda tener, me he dado cuenta que el amor propio, la confianza que había perdido no está en los demás, está en mí. Tras mucho insultarme, tras mucho despreciarme y odiarme, he conseguido quererme.
Ya no soy una roca, soy yo misma y soy vulnerable. Por eso me estoy “confesando”, porque soy libre y ya no me da miedo ser yo misma y abrirme a los demás. ¿Por qué he tardado tantos años en hablar? ¿Por qué no denuncié? La respuesta es sencilla; no me había pegado. Y no sólo yo pensaba que no era maltrato. La poca gente a la que le había confiado mi mayor secreto y mi mayor vergüenza, no lo consideraban como tal. Si me estás leyendo y te has sentido o te sientes así, te digo lo que hace poco me dijeron a mí: a veces la mejor terapia está en apoyarte en los tuyos. No sientas vergüenza y habla. No entierres tus sentimientos porque te estarás enterrando a ti con ellos. No hay dos personas iguales en este mundo, confía en los demás, pero ante todo, confía en ti mismo, QUIÉRETE.